jueves, 22 de octubre de 2015

La literatura inglesa en el Siglo XIX

Los primeros versificadores románticos ingleses, Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) y William Word-sworth (1770-1850), reciben el calificativo de «lakistas» o «poetas de los lagos» por haber Vivido en una región de Escocia en la que abundan. Su obra guarda bastante semejanza, e incluso publican conjuntamente un libro de Lyrical Ballads (Baladas líricas, 1798), primera muestra de la poesía romántica en Inglaterra. Ambos cultivan la antigua balada y cantan a la naturaleza.

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El más excelso romántico es George Gordon, lord Byron (1788-1824), aristócrata de vida agitada que viaja por Europa y termina su vida en Grecia, a favor de la cual lucha durante la guerra greco-turca. En 1807 edita su primer libro de poemas, Hours Idleness (Horas de ocio), en su mayor parte traducciones o imitaciones de autores clásicos. Su primer poema largo, Childe Harold's Pilgrimage (La peregrinación de Childe Harold, 1812-1818), narra las aventuras del héroe en distintos países, entre ellos España, de la que ofrece una visión un tanto exagerada, muy del gusto de la época. Son particularmente conocidas sus leyendas en verso, como The Bride Abydos (La novia de Abidos, 1813) y The Corsair (El corsario, 1814). Deja incompleto el largo poema Don Juan, empezado en 1819, que contiene abundantes digresiones de índole personal. Byron, como típico representante del Romanticismo exaltado y revolucionario, rebosa agilidad, exotismo y desenfado, a los que suma en ocasiones cierto acento pesimista y anárquico.

Errabunda es también la existencia de Percy Bysshe Shelley (1792-1822), amigo del anterior. Sus escritos, subversivos de los valores establecidos, le obligan a salir de Inglaterra y a recorrer diferentes naciones europeas. Su poesía, de fondo social y filosófico, resulta muy elevada en ocasiones. Entre sus mejores obras pueden citarse The Revolt of Islam (La rebelión del Islam, 1818), Prometheus Unbound (Prometeo libertado, 1819), The Skylark(La alondra, 1821) y Adonais (1821), sentida elegía a la muerte de su amigo Keats.

John Keats (1795-1821) completa la terna de los grandes poetas románticos ingleses. Como los anteriores, ‘sale de su patria y viaja por Europa. Le distinguen la tristeza o suave melancolía de sus composiciones, entre las que resalta (1818), sobre el mitológico enamorado de la Luna.

Los poetas posteriores no pertenecen a tendencia determinada, y puede dárseles el calificativo de posrománticos. Se exceptúan los prerrafaelistas.

El más destacado de los primeros, Alfred Tennyson (1809-1892), alcanza éxito enorme y se convierte en una especie de vate oficial. Su producción, grandilocuente y de acentos clásicos, se reparte en varios libros de Poems (Poemas). Una de sus obras más características, los Idylls of the King (Los idilios del rey, 1859), trata del rey Artús y los caballeros de la Tabla Redonda.

Más íntimo y subjetivo, Robert Browning (1812-1889), cultiva una poesía honda y personal, que resulta hermética en ocasiones. Una de sus obras más conocidas es The Ring and the Book (El anillo y el libro, 1868-1869). La lírica de su esposa, Elizabeth Barrett (1806-1861), explota lo autobiográfico con inspiración meridional, y emplea especialmente el soneto: Sonnets from the Portuguese (Sonetos de la portuguesa, 1850).

La escuela prerrafaelista, que busca la vuelta a la sencillez y a la sinceridad en pintura, se manifiesta en la literatura, gracias sobre todo al pintor Dante Gabriele Rossetti (1828-1882), de estro italiano, y a su hermana Christina Georgina (1830-1894), autora de poemas de intensa religiosidad y vigoroso lirismo.

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Otros poetas del último tercio de siglo dignos de ser citados son Algerson Charles Swinburne (1837-1909), de gran sensualidad, Gerard Manley Hopkins (1844-1889) y Francis Thompson (1859-1907), ambos de acentos filosóficos.



La novela romántica tiene a su más excelso cultivador en el escocés Walter Scott (1771-1832), maestro indiscutible en el género de la novela histórica. Inicia su actividad literaria con poemas sobre hechos pasados y leyendas en verso, como la titulada The Lady of the Lake (La dama del lago, 1810); pero pronto redacta novelas, en las que combina sabiamente elementos reales e imaginarios, y crea tipos humanos de mucha intensidad. Entre sus numerosos escritos novelescos descuellan The Antiquary (El anticuario, 1816), Rob Roy (1818), Ivanhoe (1820) y Quentin Durward (1823), su obra maestra. En los últimos años de su vida escribe novelas breves, de menor interés. Walter Scott, modélico en un género que se desprestigia un tanto por los excesos en que incurren sus cultivadores, es una de las figuras culminantes de la prosa inglesa.


Entre los muchos novelistas de historia figura en lugar prominente Edward Bulwer-Lytton (1803-1873), famoso por The Last Days Pompeii (Los últimos días de Pompeya, 1834).



Más realista es Charles Dickens (1812-1870), el segundo de los grandes escritores en prosa del siglo xix. Nacido en el seno de una modesta familia, y tras sufrir en su adolescencia penalidades, que se reflejan en varios de sus libros, Dickens se transforma en el novelista más famoso de su época en los países de habla inglesa. Su actividad traza un gran cuadro de la vida inglesa de su tiempo y crea una serie de tipos humanos inolvidables. Su obra es muy rica y algunos títulos han alcanzado fama especial, como Posthumous Papers     of Pickwick    Club (Los papeles postumos del club Pickwick, 1837-1839), The Adventures of Oliver 7'wist (Las aventuras de Oliver Twist, 1837-1838), The Oíd Curiosity Shop (Almacén de antigüedades, 1840), A Christmas Stories (Cuentos de Navidad, 1843), David Copperfield (1849) y Times (Tiempos difíciles, 1854). Algunas de estas narraciones se publican por entregas, como folletines, en periódicos.

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William Makepeace Thackeray (1811-1863), conocido sobre todo por su Vanity Fair (La feria de las vanidades, 1846-1848), tiene una obra muy copiosa. En la novela mencionada efectúa una sátira, despiadada en ocasiones, de la sociedad inglesa y crea tipos muy acertados, especialmente el de la protagonista, Becky Sharp.

Uno de los casos más curiosos en la historia de la literatura es el de las hermanas Bronté, Charlotte (1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849). La primera escribe Jane Eyre (1847), novela en parte autobiográfica, y Emily Wut Heights (Cumbres borrascosas, 1847), popularizada por el cine, en la que, bajo forma realista, se agitan pasiones románticas. Menor interés tiene Anne, autora, entre otros libros, de The Tenant ofWildf Hall (El arrendatario de Wildfell Hall, 1848).

Novelistas de fama y mérito son George Eliot, seudónimo de Mary Ann Evans (1819-1880), de acento viril y hondura psicológica en Adam Bede (1859) y Silas Marner (1861); Lewis Carroll (1832-1898), nombre literario del matemático Charles Dodgson, a quien se debe     Alice's Adventures in Wonderland(Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, 1865), «pensada para los mayores, que se ha convertido en ciño de los más populares libros infantiles, y Robert Louis Stevenson (1850-1894), autor de novelas de Aventuras, como Treasure Island (La isla del tesoro, ¿883), y de uno de los más célebres relatos de terror, d'he Strange Case ofDoctor Jekyll and Mr. Hyde El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, 1886).

 Mención aparte merece el novelista y poeta Thomas Hardy (1840-1928), cuya producción se encuentra a caballo entre dos siglos. Entre sus numerosas narraciones se destaca Far from the Madding Crowd (Lejos de la multitud, 1874). Como poeta, canta con lirismo liencillo la naturaleza y lo cotidiano. c La prosa ofrece grandes cultivadores en el ensayo: Thomas Carlyle (1795-1882), moralista amargado e crónico; el cardenal John Henry Newman (1801-1890), y John Ruskin (1819-1900), crítico de arte, que se recrea en la belleza de las cosas diarias.

El iniciador del teatro moderno en Inglaterra, el rlandés Oscar Wilde (1854-1900, fustiga la hipocresía y mediocridad de la sociedad de su época con estilo fluido y brillante. Sus comedias más conocidas son Lady Windermere's Fan (El abanico de lady Winermere, 1892), A Woman of No Importance (Una mujer sin importancia, 1893) y The Importance deing Earnest (La importancia de llamarse Ernesto, (895), traducida también por La importancia de la seriedad. Entre sus prosas descuella The Picture Dorian Gray (El retrato de Dorian Gray, 1890).

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A pesar de pertenecer en parte al siglo XX, conviene citar aquí a James Barrie (1860-1937), que compone comedias satíricas al estilo de Wilde, como The Admirable Crighton (El admirable Crighton, 1903). Barrie rrea el personaje de Peter Pan y el mundo fantástico en que se desenvuelve. Pretende ser una crítica de las costumbres y, como tantos otros escritos de la misma intención, ha quedado como relato para niños, popularizado por el cine. ( Si bien George Bernard Shaw (1856-1950) vive hasta mediados de la centuria presente, su teatro pertenece a la anterior. Irlandés como Wilde, alcanza pronto fama de personaje extravagante e ingenioso. Su espíritu cáustico se pone de manifiesto en sus comedias, en las que satiriza las costumbres de su época con piezas tan celebradas como Mrs. profession (La profesión de la señora Warren, 1894), The Doctor's Dilemma (El dilema del doctor, 1906) Pygmalion(Pigmalión, 1912), por no citar más que algunos de los muchos títulos que dio a la escena.

Es autor también de ensayos y artículos sobre literatura, política y música. Por el conjunto de su obra recibe el Premio Nobel de Literatura en 1925.

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sábado, 10 de octubre de 2015

Significado y traducción del Inglés

Hace poco, contraté a un profesor de inglés llamado Louis, el objetivo era recibir unas clases de ingles a domicilio madrid, pero resultó ser un experimentado traductor. me recomendó unos techos para entender mejor el mundo del inglés y la dificultad de traducir textos. De ahí que en este blog vayamos a tratar en los siguientes artículos, la temática de la traducción.

La naturaleza del lenguaje —y la posible correlación entre lenguaje, pensamiento y mundo— es uno de los problemas tradicionales de la reflexión filosófica desde la antigüedad. Los debates acerca de si los nombres están naturalmente relacionados con las cosas o son convenciones, acerca de las relaciones que existen entre el nombre y lo nombrado, entre el nombre y los estados mentales o entre el nombre y aquello que está en el mundo, forman parte de un debate en apariencia inagotable: qué atributos fenomenológicos, epistemológicos y lógicos tiene el lenguaje, en caso de tenerlos, y cómo vincular dichos atributos con la estructura inteligible de la realidad, en el supuesto de que podamos hablar de tal cosa. La distinción que establecieron los estoicos entre aquello que significa aquello que es significado) y el objeto externo (o las especulaciones de Agustín de Hipona respecto a la forma de comunicación de Dios con Adán y Eva en el jardín del Edén serían sólo dos ejemplos de esta preocupación secular por la naturaleza y la función del lenguaje y su posible incardinación en la estructura de la realidad.


Por supuesto, estos temas superan ampliamente el ámbito del presente manual, pero, aun arriesgándonos a caer en una simplificación y un esquematismo excesivos, queremos tratar algunas cuestiones que subyacen a cualquier reflexión traductológica. A veces, tiende a hacerse caso omiso de ellas, como si la práctica de la traducción pudiera considerarse una realidad independiente de cualquier marco teórico general sobre el lenguaje; otras, a privilegiarse una determinada «teoría de la traducción» sin establecer no sólo la conexión entre ésta y la tarea del traductor, sino entre ésta y el contexto filosófico en el que se inserta. En cualquier caso, si consideramos que los dos pilares básicos del proceso de traducción son la comprensión y la expresión, es decir, la interpretación de un texto en una lengua y su reformulación en otra distinta, resulta fundamental señalar algunos modelos explicativos del lenguaje y algunos rasgos de su funcionamiento, en la medida en que la actividad del traductor se enfrenta al doble problema de una correspondencia entre dos sistemas concretos de lenguaje natural —entre dos lenguas—, y de una correspondencia entre estos sistemas de lenguaje y una posible realidad externa —el mundo, los objetos, las cosas, etcétera—, que estaría situada entre los dos o sería creada por los mismos sistemas, según el valor que se conceda a la propia actividad lingüística. En este sentido, las dificultades de definición de la traducción están muy relacionadas con las dificultades que tiene la aproximación al lenguaje en general, por lo que las teorías sobre el lenguaje pueden ayudar al traductor a entender los límites de su propia práctica, límites no sólo determinados no sólo por su habilidad, sino también por el mismo carácter inasible que parece tener el lenguaje para muchos filósofos, antropólogos y lingüistas.

Ni que decir tiene que la aproximación filosófica al lenguaje no se agota con lo que expondremos a continuación. Desde una perspectiva histórica, la filosofía del lenguaje se ha desarrollado primariamente dentro de lo que se ha denominado la «concepción analítica de la filosofía»,26 aunque existen también importantes corrientes de orientación hermenéutica, cuya filiación se remonta a Heidegger. Entre las diversas críticas a los presupuestos generales de la concepción analítica destaca de modo particular Richard Rorty, que se ha centrado en el ataque a los conceptos de verdad y representación que subyacen al discurso analítico.